viernes, 19 de agosto de 2016

Odio

Odio escuchar conversaciones de teléfono ajenas
cuando uso transporte público,
menos mal que al menos nunca lo pago.
Odio el olor de los perfumes
y el de los puros
odio a la gente que se intenta colar en las colas de los supermercados.
Odio a quien te mira mal por ir bebiendo una litrona por la calle,
que seguramente no lo haría, además, si fuera una lata.
Odio a los que hacen preguntas
para que tú les respondas con otra pregunta
y así poder explayarse, los muy imbéciles,
odio a quién hace preguntas cuyo objetivo no es una respuesta directa
sino extraer otra información transversal,
o simplemente hacer daño,
sea o no sea voluntariamente,
no perdono tampoco la falta de tacto
o la estupidez, tan a la alza.
No soporto a los que responden sin que nadie les haya preguntado,
o a los amantes de lo obvio
con comentarios del tipo
“vaya corte de pelo”,
“estás más flaco”,
O
“vaya pedo llevabas el otro día”.
Odio el fútbol y sus comentaristas en todas sus formas.
Odio el machismo rancio y evidente de comentarios socarrones
y miradas, y chasquidos, y piropos. Al menos disimulad, cretinos.
Odio a los infelices que fardan de sus conquistas amorosas,
dime de qué presumes e invítame a una raya.
Odio a los payasos que se ríen de los vegetarianos,
odio a los vegetarianos que lo son por moda.
Odio limpiar las cafeteras, no sé por qué.
Odio a los cantautores que rapean
fatal
y a los poetas ñoños,
a los eruditos que hablan siempre en serio,
y los patanes que se creen muy graciosos
(algunos son realmente divertidos, a esos no les odio, claro, ni mucho menos)
Odio a los artistuchos que utilizan el verbo “crear”
“Estoy creando, dicen”
Iros a la mierda.
Y odio empezar un poema y no saber cómo coño acabarlo.